XLV – LA FABRICA DE MONEDAS


En “Ensaladita” les conté cómo transcurría yo mis días durante las vacaciones de verano.
En la misma historia les anticipé que habría contado de cuando iba a la playa con mi abuela.
Me refiero a los veranos que van del 1974 al 1978, cuando iba yo a la primaria.
Esta mañana les contaré de ésto.

Mientras, me corrijo: en 1974 no fuí con mi abuela.
Mi abuelo había muerto hacía poco y entonces fué mi madre quien me llevó a la playa. Mi papá no fué porque tenía que trabajar. Y además alguien tenía que hacerle compañía a mi abuela…
Papá nos llevó a la estación central de ferrocarriles de Milán. Puso nuestra maleta en el tren y se despidió.
Destinación Spotorno, Liguria.
Dos semanas en hotel.
Recuerdo que el hotel estaba muy cerca del mar porque nos tomaba poquísimo tiempo llegar a la playa.
Para estar seguro de no escribir algo que no fuera cierto, busqué las palabras “Hotel Graziella Spotorno” en Google.
Encontré el sitio web “www.hotel-graziella.net” y lo consulté. Que está cerca del mar… está cerca del mar! Hay muchas fotos en el sitio. Desafortunadamente no logré asociar mis recuerdos a esas fotografías.
Regresemos a Spotorno.
Con la memoria quiero decir, no en este momento…
Fueron las típicas vacaciones de un niño de 7 años con su madre en la playa. Nadar, no antes de las 11:00, porque hay que digerir el desayuno.
Nadar, no antes de las 16:00, porque hay que digerir el almuerzo.
Nadar, no antes de las 22:00, porque hay que digerir la cena.
No antes de las 22:00?
Estoy bromeando!
Después de cenar dábamos una vuelta cerca del mar.
Típicas vacaciones, decía yo.
Pala y cubo, castillos de arena (me gustaba muchísimo hacerlos) y… el protector solar.
Ese me lo recuerdo muy bien!
El hombrecito blanco!
Han leído “El hombrecito amarillo”?
Saben de qué hablo…
Será por eso que siempre he tenido aversión por el protector solar.
Tengo una anécdota que contarles de esas vacaciones.
Después les diré por qué.
Recuerdo que el propietario del hotel era una persona muy cordial.
A veces, cuando me veía vagabundeando por el hotel, me llamaba y cuando me acercaba a él me decía “mira lo que encontré aquí adentro!”
Cuando decía “aquí adentro” se refería a mi oreja. Mientras pronunciaba esas palabras me la frotaba, exactamente como si estuviera quitando algo. Y me daba una moneda.
Corría yo rápidamente a enseñarle la moneda a mi mamá.
“Mira lo que había en mi oreja!” le decía. Ella trataba de explicarme… pero yo no le creía. Estaba totalmente convencido de que mis orejas fabricaban monedas!
Aunque no lograba yo explicarme por qué las encontraba sólo el propietario del hotel. Ya tenía yo 7 años, pero era de verdad un ingenuo!
Saben por qué les conté esta anécdota?
Porque esa “magia” me impactó tanto que aún hoy sucede que la haga yo con los hijos de mis amigos.
Pero los niños de hoy son mucho más despiertos. No caen en la trampa. No muerden el anzuelo como los peces.
No los peces que hacen “pif… pof”, esos son peces de agua dulce.
Me refiero a un cierto tipo de peces de mar.
Yo los peces de mar empezé a pescarlos en 1975. Les aseguro que esos muerden el anzuelo, claro que muerden el anzuelo!

Rivolta d’Adda, domingo 5 de octubre 2014.

Monetine